Ante la necesidad, Antonio y su fiel compañera, Lola, tomaron una valiente decisión. En 1981, fundaron un pequeño refugio en la costa: un sencillo bar que se alzaba como una choza en primera línea de playa. Este humilde inicio marcó el comienzo de una historia que ha evolucionado con el tiempo gracias a la frescura de los productos, la dedicación puesta en cada guiso y la fidelidad de una clientela que se convirtió en familia. 

 

El carisma y desparpajo de Antonio «El Pato», lo convirtieron en una figura emblemática del lugar, dónde, entre charlas animadas y «Chatos de Manzanilla de Sanlúcar», las risas y anécdotas fluían, atrayendo a una multitud que se congregaba a su alrededor. Entre los rostros conocidos que le han visitado, se encuentra Felipe González, a quien Antonio recuerda con un cariño entrañable: «Felipe me aprecia con disparate». 

 

Con el devenir de los años, el legado de «El Pato» ha sido cuidado por dos de sus hijos, quienes asumieron con orgullo el timón del negocio. Siempre comprometidos con la excelencia, han mantenido viva la esencia de su padre, priorizando la calidad de los productos y el amor con el que son preparados. Esta forma de trabajar, arraigada en valores familiares y pasión por la tradición, ha dado lugar a una herencia invaluable: la herencia de «El Pato», que continúa perdurando de generación en generación, como un faro que guía a quienes buscan autenticidad y calidez en cada bocado.